El ayer en su lugar – La retrospección inteligente
La vida no será nunca una hoja en blanco por segunda vez. Somos, en gran medida, lo que hemos vivido. El pasado tiene la fuerza de lo real. Nos guste o no, sigue en nosotros.
En diciembre se nos presenta la ocasión casi inevitable de hacer balance, aunque puede resultar complicado digerirlo. Subimos el recap de fotos y a otra cosa.
¿Qué hicimos bien? ¿Dónde fallamos? ¿Qué merece nuestro agradecimiento?
Preguntas incómodas que generalmente nos dan pereza. El entusiasmo del Año Nuevo empaña la visión del camino recorrido. Es tentador sumergirse en la fantasía de lo grandioso que será 2024. Es más cómodo que hacer retrospección. Porque el pasado ya ha muerto, ¿no? Hay que dejar el pasado en el pasado.
Abrimos las manitas al nuevo comienzo. Enero es el mes del reinicio. Llenamos las redes con frases del tipo borrón y cuenta nueva. Pero hay algo aquí que se queda en el aire y que no termina de encajar. Nos guste o no, la vida no será nunca una hoja en blanco por segunda vez. Somos, en gran medida, lo que hemos vivido. El pasado ya ha dejado huellas en nuestro futuro.
"La vida solo puede ser comprendida mirando hacia atrás; pero solo puede ser vivida mirando hacia adelante". - Søren Kierkegaard
Reflexionar sobre nuestras experiencias pasadas nos brinda comprensión y aprendizaje. Mirar hacia atrás nos ayuda a entender cómo llegamos a ser quienes somos. Es difícil avanzar si vas a ciegas. El pasado hay que entenderlo. Hoy escribo sobre esto.
Cualquier tiempo pasado fue mejor
La palabra "recordar" proviene del latín "recordari", que significa "volver a pasar por el corazón" o "volver a pasar por la mente".
Suena bonito, pero presenta una dicotomía: no es lo mismo analizar los recuerdos desde la emoción que hacerlo desde la razón.
Casi sin querer, nos decantamos por lo primero. El pasado nos atrapa, nos ancla, y muchas veces nos frena. La nostalgia tiene su encanto, pero consume mucha energía.
Aquí hay algo que se hace presente: el sesgo del Status Quo, que describe (entre otras cosas) el rechazo al cambio por motivos irracionales. Representa nuestra inclinación a aferrarnos a lo ya vivido, ya sea por comodidad o por temor al cambio. Pensamos eso de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Y esto no es raro porque nuestro cerebro es experto en romantizar recuerdos.
En el universo del ayer uno puede perderse. Está repleto de humo que nos impide apreciar la realidad que tenemos delante.
No quiero quitarle valor al recuerdo, solo defender la posibilidad de utilizarlo. Nos ayuda a entender quiénes somos, desgrana nuestra historia personal y nos capacita para seguir avanzando con algo de coherencia.
Las historias que te cuentas
Hay que ser un poco inteligente cuando se decide mirar hacia atrás. Y un poco valiente también. Desempolvar bien los recuerdos y crear una narrativa realista de lo que realmente sucedió es un desafío. Nuestras percepciones y emociones actuales permean nuestra memoria. De alguna manera, el pasado sigue vivo y reubica el presente.
Esto lo vemos muy claro cuando dos personas que han tenido un conflicto nos cuentan su versión de la historia. Vemos como el mismo evento puede ser experimentado de manera diferente. Somos conscientes de que cada individuo interpreta lo que sucede desde su propia realidad.
Al final, es un poco tu decisión la historia que te quieres contar. Pero quizá convenga intentar ser precisos, porque las historias que te cuentas son importantes y determinan hacia donde te diriges.
"La verdad pasa por tres etapas: primero, es ridiculizada; segundo, se le opone violentamente; tercero, es aceptada como evidente por sí misma." - Arthur Schopenhauer
El laberinto del ayer
No se puede entender el pasado si no se analiza bien. Hay que detenerse en él. Transitarlo despacio. Pensarlo, digerirlo, tomar distancia. Intentar algo objetivo. Construir con cuidado la perspectiva. Buscar en los recuerdos la verdad. Es ahí donde terminan los sentimientos como el rencor o la frustración y empiezan los de serenidad y paz interior. Ordenar nuestro pasado es esencial para evitar que la confusión y el caos nos trastoquen la vida.
Esto nos cuesta porque nadie tiene un pasado realmente ideal y maravilloso. La perfección en la vida solo existe en lo digital. Cometemos errores. Todos hemos fallado alguna vez. A todos nos han hecho daño alguna vez.
Echar la vista atrás supone en estos casos encontrarse con malas experiencias y, en ocasiones, con mucho dolor. Pero precisamente ahí es donde se encuentran las lecciones que nos brinda la vida. Lo que necesitas suele encontrarse donde menos te apetece buscar.
El diagnóstico de la herida
Cuando dejamos asuntos sin resolver, lecciones del pasado sin atender, la información importante de esos recuerdos suele aparecer cuando menos lo esperamos. Especialmente en momentos difíciles, cuando menos nos apetece afrontar nada, porque bastante tenemos con lidiar con la realidad. Es entonces cuando no entendemos ni lo que sentimos ni por qué lo sentimos.
Si siempre haces lo mismo siempre acabas sintiéndote igual. No puedes cambiar lo que sientes, pero puedes cambiar lo que haces.
Si algo del pasado te sigue doliendo es, probablemente, porque no has pensado lo suficiente en ello. No está superado. No has extraído la lección.
Tenemos capacidad para aprender mucho a través del dolor y el sufrimiento. Sin embargo, nuestra tendencia a evitar el dolor emocional pone piedras en el camino a la comprensión. A veces tenemos claro lo que deberíamos hacer, pero no tenemos fuerzas para hacerlo. La aceptación del dolor como parte integral de nuestro proceso evolutivo es esencial para utilizar las experiencias pasadas como guías informadas para el futuro.
No importa si fuiste tú mismo el que se generó el daño o si te lo hicieron otros. A tu cerebro lo único que le importa es que estés atento para no volver a sufrir. Se crea una alerta, y aquí el miedo y el temor se impone para protegerte. Estas respuestas involuntarias quedan guardadas en nuestra mente y se arraigan también a la imaginación. Es entonces cuando nos empiezan a dar miedo cosas que no deberían.
No se puede olvidar el daño, pero se puede comprender. Pasar por esta experiencia es lo único que puede evitar que los miedos y traumas persistan y lo impregnen todo. La vida se experimenta de forma pobre cuando el miedo te paraliza. En este sentido, entender realmente cuales fueron los pasos exactos que te llevaron a la herida ayuda a que no extrapoles esa situación a otras que en realidad poco tienen que ver. Tratarse los miedos pasados aplaca la temeridad por el futuro.
Lo que aprendas formará parte inevitable de lo bueno que tendrás mañana.
Transcender el pasado – Sanar
No puedes coser una herida mientras tiras del hilo. Sanar pasa por dejar de pelearte contra la realidad que se te impone. La mayoría de personas que están en dolor lo hacen porque tratan de cambiar algo que no es cambiable. Pelearse contra la realidad desata la frustración. Hay que abandonar las guerras que sabemos que no podemos ganar porque no son nuestras. No podemos cambiar las cosas a gran escala, pero sí las pequeñas.
No puedes cambiar el pasado, pero sí la interpretación que haces de lo que sucedió. Cuando cambias el punto de vista sobre eso, cómo interpretas y cómo dejas que eso te afecte, entonces es cuando sanas. Lo importante y lo insignificante no siguen las mismas reglas.
"A lo que te resistes, persiste." - Carl Jung
En la vida hay momentos en los que se tiene que transitar el dolor. Esto es necesario para sanar y volver a estar listos para la vida. Igual que cuando tienes una lesión te tomas en serio el reposo, a las heridas del del corazón hay que darles el mismo lugar. Requieren tiempo y paciencia, pero también atención. Y a veces tienes que curarte bien antes de exponerte de nuevo a la vida, porque cuando uno no está bien toma peores decisiones, y el bucle de caídas así puede ser infinito.
“El tiempo no cura. Lo que cura es lo que haces con el tiempo. Curarse es posible cuando decidimos asumir la responsabilidad, cuando decidimos correr riesgos y, por último, cuando decidimos liberarnos de la herida, dejar atrás el pasado o la pena.” - Edith Eger, La bailarina de Auschwitz
El pasado es una fuente inagotable de experiencias nada despreciables. Solo se puede transcender cuando se le da un sentido. Haz algo útil con él.
Muy buen escrito 👍
Gran reflexión como siempre, Claudia. Es genial la frase de Kierkegaard que compartes.
Algo sobre lo que trato de pensar cada vez que "evalúo" mi pasado, es que los errores no existen hasta que pensamos en ellos. El error no ocurre en el momento de cometerlo, sino que surge en la reflexión posterior. Quizás una manera de aliviar la ansiedad que nos produce la retrospección es aceptar esto.
Buen viernes.
https://pequen.substack.com/p/la-pregunta-por-la-objetividad