No siempre pasa, pero algunos días se piensa:
«No necesito nada. Tengo salud y las manos abiertas. Puedo llorar, si quiero, en el pecho de mi padre todavía. Puedo agarrar la tierra con las manos, meter los dedos, mancharme, sentirla fría, áspera o intacta; recordar que algún día seré parte de ella para mantenerme despierta. Comprendo el reloj que avanza y devora del que hablaba Cernuda o que pintaba Dalí».
Y luego:
«La casa huele a mandarinas. Las sábanas siempre ofrecen una tregua. El frío está fuera. Tengo libros. Puedo dejar que me cambien la vida, puedo dejarlos entrar hasta el fondo. Tengo la vida y algunas cosas que arreglar». O quizás: «Sigo buscando la misma luz en la costura de las sombras que buscaba Alejandra; tengo la sed de las raíces, pero puedo soportar la luz que no se apaga y conservar el fuego de lo que crece despacio. Entiendo el arder sin consumirse del que hablaba San Juan. No necesito nada».
Y finalmente:
«He conocido el amor. Una vez fui nombrada y tengo recuerdos; guardo esos instantes que duran más que la mayoría de los años. Conservo el temblor de lo que nunca será mío sobre el que escribió Virginia, pero también el secreto de lo que no existe todavía; el mañana que se abre.
…
Se tiene, entonces, una certeza: hay que hacer las cosas como si no fuera a hacerse nada, nunca más, después.
Algunos días uno conserva el miedo intacto y piensa: «Vivir es una cosa terrible»
Pero hoy no.
Hoy es suficiente.
Que bonito lo que dices!
Que bonito