Es cuando han pasado unos días después de haberte marchado cuando empiezas a asimilar el cambio de rumbo y la puerta cerrada a cal y canto. La etapa que termina y lo que te ha dejado dentro que ya nunca acabará.
Hay que ver lo fácil que se comprende la vida mirando hacia atrás y el lío que nos resulta a menudo el presente. Hay cosas que solo se nos revelan en la distancia y que son como las pinturas del impresionismo: se entienden vistas de lejos, con la perspectiva bien amplia (con las personas sucede exactamente al contrario).
Lo cierto es que esto de la interinidad laboral se siente un poco como vivir la venta ambulante. Te dejas caer por allí y a ver qué pasa. Lo bonito es que uno a veces acaba encontrándose a gusto. El desafío pasa por la obligatoriedad de decir adiós, que siempre llega.
Mudarse por trabajo no es fácil, pero es una de esas cosas que uno hace porque hay que hacer. Porque al trabajo nunca se le dice que no, porque ahora se es joven y no se tienen ataduras. Porque si no es ahora no será nunca.
Hice las maletas, sin expectativas más allá de que todo esto me hiciese aprender, de ver crecer algo (aunque no tuviese que ver conmigo), de huir del piloto automático que hace grandes las ganas de nada. Pensamos que sabemos tanto pero en realidad es tan poco. Recuerdo las palabras de Marta Rodríguez en Los nombres propios: «Las palabras te las sabes ya todas. /Lees y lees y ves películas y más películas y te sabes todas las palabras. /Las sabes pero no las sabes. /Las sabes con la cabeza y con el diccionario, las memorizas, las apuntas en el cuadernito que llevas a todos los lados y entonces crees que las sabes. /En realidad no las digieres. Te falta deglución. /Hasta los veinte años no vas a saber lo que es la autonomía. /Hasta los veintidós no vas a saber que es la anestesia. /Y hasta los veintinueve no vas a saber lo que es el agotamiento». Para entender hay que sentir. Para sentir hay que moverse, es el movimiento el que nos oxigena el cuerpo y la mente, que van siempre de la mano.
Llegar al destino es que el bar de siempre no exista, que tus amigos no estén y que las caras sean todas nuevas. Lo familiar tiene algún efecto en nosotros. Sucede que en nuestra casa sabemos bien quienes somos. El lugar nuevo es lo incierto, es la intemperie, que a veces se necesita un poco; es ahí donde descubres cosas de ti que aun no sabías.
La soledad no elegida de los lugares nuevos trae mucho de verdad, y todo lo que es verdad es más fácil. Y si te aquietas de vez en cuando puedes ver lo que no te muestra el espejo, escuchar lo que distorsiona el ruido que elegimos a menudo, puedes verte un poco más (eso que nos cuesta una vida y que nunca se consigue mirando hacia otro lado). Asomarse al abismo que eres también es la vida porque cuando cambia lo de afuera te das cuenta: todo está dentro.
Irse al menos sirve para apreciar lo que antes se tenía todos los días y ahora ya no se tiene, para extrañar eso que parece siempre igual, pero en el fondo nunca lo es. Heráclito lo dice: «no te bañas dos veces en el mismo río». En algún momento dejamos de verlo. Dejamos de hacer de las rutinas liturgias (Cuca Casado). Es cuando no estás atento cuando te pierdes lo mejor de la vida.
Irse sirve para sentirse un poco más vivo al volver, para celebrar cada pequeño gesto de calor junto a los que te quieren, para darse cuenta de lo importante que son las personas en los espacios y los espacios por las personas, para echar de menos y permitirte notar el amor que sientes y tantas veces has dado por sentado. El tiempo muchas veces viene dictado por la ausencia de los que no están.
Llegué allí como arrastrada por esta corriente que es la vida porque ella es quien manda. No hay plan. Nos esforzamos mucho por controlar lo que vendrá, pero el azar muchas veces es el que tiene la última palabra, él pone las cartas sobre la mesa. Y a veces podemos hacer poco más que intentar seguir el ritmo sin perder mucho el compás. Entonces te concentras, un pie tras otro. «Seguir hacia delante sin buscar la perfección, que es la muerte -ya lo dice Manuel Vicent-, la imperfección, por su parte, es toda arte».
Ahora escribo desde casa. Soy la misma, pero no soy la misma. He visto que no solo nos cambia lo que nos duele (hasta hace bien poco pensaba que sí), también lo hace aquello que nos hace felices.
He visto que hay por ahí personas que son sol de invierno: pacientes, cálidas, respetuosas y nunca hirientes. Personas que te escuchan de verdad (eso que hoy en día es una bendición); las mismas que te dan consejos eternos que se quedan contigo para siempre, que te reconstruyen la curiosidad y el ánimo y te ayudan a cosechar algo de esperanza (quisiera que nadie perdiese nunca la esperanza). Es con ellas con las que se deja de hablar más de lo que importa menos, son las que te bajan del tren de lo trivial, de ese habitar indiferente del que hoy adolece el mundo, lo dice Terrés: «sin un buen puñado de buenas conversaciones, desde luego, la vida no vale nada».
Al final me fui de allí con la sensación de haber tenido que hacer algo bien en otra vida y con algo menos de miedo. Quizá sea verdad eso que dicen de que todo el amor que das algún día se te devuelve. No hay que guardarse nada, hay que seguir dando a fondo perdido. Es así como hacemos que el mundo sea mejor, que es el verdadero propósito del juego (no puede ser otro).
A veces todo lo que no esperas y sobre lo que no tienes ninguna certeza sale mejor que todos los planes urdidos meticulosamente. Y eso nuevo hay que enfrentarlo empezando por la alegría, como Almudena.
Hoy doy las gracias al mismo azar al que en su día miré con desconfianza (cuanto nos cuesta a veces confiar en la vida), por todo lo bonito que brinda. Dice África Alonso que «todas las historias empiezan con una luz tímida». Y creo que tiene razón, por eso hay que abrir las ventanas.
“La infancia ha terminado /pero sé que hay lugares /en los que basta sólo una palabra /para encender el fuego”
Las niñas siempre dicen la verdad. Rosa Berbel.
Gracias por seguir escribiendo y compartiendo mucho más que palabras bien enlazadas...hay sentimiento en ellas, le hacen a uno sentirse vivo, diría que resucitan porque llegan al alma, a esa tan frecuentemente olvidada....
Dice usted que 'Al final me fui de allí con la sensación de haber tenido que hacer algo bien en otra vida y con algo menos de miedo', y como no tengo muy claro lo de otras vidas me gustaría apuntar que tal vez esas cosas buenas las ha hecho y sigue haciendo en esta vida...
Me da la impresión de que aunque Vd. 'Estaba de paso', no ha pasado por allí en vano, y ha dejado una hermosa huella que quedará indeleblemente grabada para siempre...
Gracias!!!!!!
Te pasaste. Primera vez que te leo y me sentí identificada con tantas cosas. Capturas muy hermosamente lo que es irse. Y tu escritura va a la par de las buenisimas palabras de otros que citas. Gracias 💗