Recuerdo cuando alguien me dijo una vez que algunas de las cosas que pasaban por nuestra vida nunca acababan de desaparecer del todo, pero que la perspectiva terminaba transformándolas. Hoy me he despertado pensando que quizá sea cierto.
No hay redención completa, no existe el borrón absoluto, pero nos sigue quedando alguna cosa: una posible nueva forma de mirar. Más amable, más indulgente. Más clara.
A veces tienes tan enredados los recuerdos, y la vista tan puesta en esa maraña que pesa como una montaña de piedras y que intentas descoser para no quedarte atrapada para siempre, que el futuro se te presenta como una proyección estropeada.
Ahí eres poco más que un punto perdido en medio de la nada, y tu cabeza se parece a un cuarto lleno de trastos viejos en el que no se sabe más lo que hay ni en qué estado.
Es una sensación extraña, como de contexto huérfano; se ha perdido alguna cosa.
Los días pasan por encima y no se opone demasiada resistencia, mientras se intenta entender cómo es posible que una ausencia pueda ocupar tanto espacio.
Se siente ese vacío que se queda dentro como una emoción infecciosa que te hace preguntarte casi cada vez que haces cualquier cosa:
«¿Todo esto para qué?»
Entonces tienes que hacer un esfuerzo demencial para reconstruirte con imágenes que te devuelvan a un presente ideal o, al menos, más despreocupado.
Un esfuerzo demencial para volverte a sentir como Carlos Díaz Dufoo (hijo), con «la potencia intacta y estéril».
Un esfuerzo demencial para ignorar la voz de tu cabeza cuando te dice: pero todo esto para qué.
Y aferrarte entonces a esa frase de dudosa credibilidad que reza:
«Todo acabará por volver a estar bien».
Y luego convencerte:
«El acto de manejar el dolor requiere atención; el esfuerzo debe ser proporcional a lo que se pretende».
Yo a veces siento que avanzo, y otras tengo la sensación de que en cada paso hacia la apertura se encuentra con un retroceso hacia la reserva: un paso adelante y dos hacia atrás.
He sacado la basura, pero sigo llena de escombros.
Aún sigo teniendo algo dentro que me muerde a veces; lo veo en la forma en la que hago las cosas.
Uno necesita su tiempo para tratar de pulir el pasado.
La vida es siempre hacia adelante, pero no siempre se puede seguir bien el compás.
Mientras tanto, escucho Carmen 113:
«No hay equivocaciones / Solo la torpeza ideal que nos lleva a vivir / No sé por qué insistimos / en controlar los daños, tocar el fuego con las manos / No dudar, saber que estará bien»
Leo El Reino de Emmanuel Carrère. Lo que dice se me instala en un hueco que no sabía que tenía:
«Lo que tardarás más tiempo en descubrir, quizá toda tu vida pero que vale la pena, es que detrás de la cruz está la alegría, y es una alegría inexpugnable».
Supongo que el camino es largo.
Hay que seguir.
Hay que aprender a caminar con las manos abiertas, a pesar de cargar con todo lo que duele.
Al final, parece que todo se limpia solo y (contra todo pronóstico) de repente un rayito de luz te ayuda a encontrar la pieza que encaja en el engranaje que llevabas años intentando hacer girar.
Como cuando el sol rompe la niebla de la mañana.
Recuerdo esa frase de Joan Didion en El año del pensamiento mágico:
«La vida cambia rápido. La vida cambia en un instante. Te sientas a cenar y la vida que conocías se acaba».
Es que es verdad.
Supongo que algunos cambios suceden así, como de forma repentina, pero en realidad son solo la culminación de procesos internos que han estado gestándose dentro durante mucho tiempo.
Lo que vemos como "el hecho" en sí es solo la manifestación visible de algo que, en realidad, ya estaba en marcha.
Es solo que a veces cuesta arrancar.
Después de tanto tiempo, empiezo a reconocerme en lo que viene.
No es que el camino haya cambiado, sino que ahora al menos puedo verlo.
Quizá la vida solo sea eso: un continuo desvelarse.
Como cuando Alejandra Pizarnik escribe:
«Siempre estoy volviendo, pero nunca llego».
Tal vez la vida sea este eterno retorno a nosotros mismos, pero con otra mirada, con otra piel.

“Es sólo que a veces cuesta arrancar”. A veces tenemos la decisión tomada en la cabeza pero aún así no actuamos. El cambio cuesta y usualmente es debido al miedo.
Me encantó leerte 😊.
Ya dicen que no es más grande el que ocupa más espacio sino el que deja un gran vacío cuando se va. Y solo entonces empezamos el camino de entender su dimensión y sobrellevar su ausencia