«Todo está por descubrirse. Pensar que se conoce todo es un cuento» - Eduardo Chillida
En las cosas que se sabe que no se volverán a ver, hay de pronto un sentimiento de novedad. Pareciera que, la última vez que se las ve, fuese también la primera, pero con otro tipo de resolución. No es posible vivir cada día como si fuese el último, pero a tratar de mirar la vida como se mira el final de esa película que se quiere volver a empezar sin saber cómo acaba, supongo que a eso debemos aspirar. Detenerse en los ojos, los besos, las manos. Nunca seremos tan jóvenes como ahora; «la muerte ablanda los relojes. El tiempo es un asesino», sentencia Leila Guerriero. Lo tengo presente, lo olvido todos los días.
Las últimas veces se recuerdan todas como un ayer muy lejano que sigue siendo casi siempre hoy.
Cierta quietud llega con el calor: el silencio de la inmovilidad de todos los seres bajo la sombra, esperando una brisa que haga girar el mundo, que cierre la ventana de un solo golpe.
Nos damos algo de espacio. No es tiempo de resolver nada: el verano es para estar tranquilo, para atisbar un horizonte de posibilidades lo suficientemente lejano como para que no nos perturbe la serenidad. Nos gusta proyectar hacia adelante y sospechar que todo está a punto de resolverse porque en ello todavía cabe algo de ingenuidad, aunque con los años las expectativas se lo van cargando todo a golpe de prudencia. La prudencia tiene un sabor amargo; está más llena de pasado que de instinto. Ese andar con pies de plomo es al final pegajoso y denso. María Zambrano lo dice mejor que nadie: «salimos del presente para caer en el futuro desconocido, pero, sin olvidar el pasado, nuestra alma está cruzada por sedimentos de siglos».
El verano es siempre una posibilidad de que pasen cosas, de ampliar el permiso de un procrastinar voluntario, de mantener esa fe idiota en que nunca será demasiado tarde para nada. Resuena sobre él la canción de Santiago Isla: Opciones infinitas. Es algo así como un exilio temporal que encapsula libertad de movimiento, esa extraña alegría de vivir que muestran los anuncios de cerveza. Ese paréntesis que permite la aparición de dudas trascendentales que se presentan sin grandes angustias ni dramatismos; la verdad a medias.
Toda pesa menos en verano. A veces necesitamos la ligereza: suspendernos en la maravillosa superficialidad de la vida. No dejar que ningún peso te hunda porque todo lo que es más grande que tú puede llevarte hasta el fondo. No dura mucho. Eso que pesa es también lo único que tiene la fuerza suficiente como para sacarte de él.
Lo hemos romantizado, el verano, desde luego, como hacemos con todo lo que se va cuando quieres que no lo haga. Supongo que hay también cierto escapismo en el tema; son brochazos de una realidad que no se muestra completa, pero esta verdad a medias es de lo poco que nos queda para huir del vivir dócil y prefabricado al que nos empuja la rutinaria vorágine del mundo moderno, para salir a la superficie y recordar al menos lo que es el oxígeno.
La uruguaya Idea Vilariño nos recuerda: «Alguno de estos días / se acabarán las bromas y todo eso / esa farsa / esa juguetería / las marionetas sucias / los payasos / habrán sido la vida.» El poeta chileno Gonzalo Millán parece contestarle: «Toda la inmortalidad que puedes desear está presente / aquí y ahora».
Sea como sea, es un buen momento para hacer limpieza ahora que hay tiempo. Pelear contra toda la basura flotante del cerebro. Hacer brotar una sinceridad a la que solo la reflexión nos permite el acceso. Los silencios tejen la red que nos sostiene. La salida siempre se encuentra hacia dentro. Dejar de plantar lo urgente dos pasos por delante de lo importante, ver alejarse el tren de lo trivial, salir del andén; no esperar nada. Ir a la playa y mirar el mar porque la playa es ese hueco donde las cosas todavía existen, donde aún no lo hemos destruido todo. El mar es la certeza de que existen cosas que se sostienen a pesar de nosotros. Louise Glück escribe sobre ella: «la certeza, esa cosa muerta»; a veces la necesitamos tanto. Lo especial de las cosas que no cambian —o que, al menos, lo hacen lo suficientemente despacio para que no seamos capaces de percibir nada— es que reafirman la velocidad del resto del mundo. El mar da perspectiva: uno es tan pequeño. Está allí todos los días. La vida sigue a pesar de ti.
No hace falta reinventarse, todo lo que vendrá tiene que ver con lo que ya eres ahora. No hay que crear ningún nuevo personaje de ficción, pero sí intentar deconstruir lo feo que habita dentro: desenterrar lo que pudre porque apartar la vista no hace que desaparezca. Cuidarse de todo lo muerto. Elegir bien lo que se intenta revivir. Arrancarse las falsas creencias aunque duela, confiar en que se puede mudar a una piel más cómoda.
Nuestros padres elegían pasar el verano en alguna playa de las costas españolas, simplemente disfrutando al sol y olvidando los relojes. Nuestros padres con 60 años parecen tener más energía que nosotros a los 30. Utilizaban el verano para descansar, no se obsesionaban con aprovechar cada segundo al máximo. La única perspectiva que importaba era la del aquí y ahora. Entendían mejor la vida, sabían que esta no está para contarla a los demás, sino para vivirla junto a ellos.
No hay que hacer mucho caso a lo de afuera, nos lo recuerda Manuel Vicent: «si cada día es más importante la ruina del telediario que la piel de la persona amada, es que estás muerto».
Creo que nunca acabaremos de aprender de ellos, de esa capacidad de dar espacio a la quietud, de no pedir tanto a la vida.
Todos los sueños se acaban. Uno vuelve un 31 de agosto a enfrentarse al golpetazo de calor de la ciudad entera de petróleo. Tiene razón Silvia Plath: «Tanto tiempo trabajando, leyendo, pensando, viviendo para hacer. El curso de la vida no es suficientemente largo». A veces todo el año es un viaje lento hacia el verano. Ahora todavía es pronto. Bastará con que no estemos demasiado ocupados como para que nos pasen cosas. Hacer caso a la vida, volver a enamorarse de ella. Mirarla con los ojos de las últimas veces. Y a ver qué pasa.
No te preocupes, / no le temas a la perdición. / Hasta la muerte es un pretexto. / ¿Qué respuesta quieres todavía? / Habrá noches llenas de verano / y días de luces radiantes, / existiremos y Dios existirá.- Rilke
Lo leo desde el invierno. Qué lindo
Que preciosa carta, una delicia.