El otro día leía un poema de Ana Blandiana «Se cumplen todos mis sueños: / Soy adulta. / Me ahogo en la realidad: / mis brazos ya no saben volar, / ya no me reconozco. Me he olvidado. / Me gustaría volver. Pero ¿hacia quién? / Todo me duele. / ¡Siento una ansia terrible / de mí misma!».
El tiempo no pasa nunca en vano. El tiempo desgasta, juzga, aplasta, aprieta y arranca. El tiempo nos cambia (los sueños, los amigos, el carácter). Vamos caminando y el trazo de esa línea nos define. De niños aceptamos que hay una gran parte del mundo que no entendemos. Nos da igual, nos fiamos de los sentidos. Ya no somos eso.
He visto lo nuevo de Inside out. Me pregunto cómo continuaría la película si fuese una historia algo más larga. No sé, qué haría Riley con todas esas emociones a las que hay que atar bien en corto para gestionar todo lo que se te viene encima cuando te haces adulto. Es una verdadera jodienda, pobre Riley, pobres todos. El trauma de crecer es compartido: abandonar el cascaron, sentir el frío, hacerse cargo de uno mismo, estrechar toda la libertad del sentir. Tratar de comportarse como un adulto: hacerlo todo con cuidado. No poder y no poder evitarlo. No sentirse nunca lo suficientemente rápido.
Últimamente todo me parece un recordatorio de que la vida adulta no es lo que nos contaron. ¿Por qué no todo está ordenado? Las expectativas nunca terminan. Las preguntas nunca terminan. La vida no va en orden. Recuerdo un poema de Rilke: «ten paciencia con todo aquello / que no se ha resuelto en tu corazón / No busques ahora las respuestas / la clave es vivirlo todo. / Vive las preguntas ahora». Pero que difícil la paciencia, necesitaríamos una biblia entera para saber de qué va todo esto. Qué difícil hacer todo como debe ser hecho. Qué pereza tanto correr detrás de una cosa y luego de otra, qué manida y desgastada esa acumulación de retos y objetivos constantes, que pereza la ambición desmedida que desea en bruto y quiere engullirlo todo, qué falta de simplicidad tiene este mundo adulto. Cuando me veo envuelta en todo esto no puedo evitar pensar que la vida tiene que ser otra cosa.
Hay un momento en la película en el que Alegría se desmorona y asume que quizá hacerse mayor, crecer, es eso: sentir menos la alegría. Me pregunto en qué momento se transforma nuestro corazón, alguna vez en llamas, en un pantano ciego.
Cito a Leila Guerriero: «Mis rabias eran mezquinas, me enfadaba por detalles tontos, ¿a quién le importa quién fregó qué a la hora de mirar hacia atrás al resumir una vida? [...] ¿Cómo se podía echar a perder la vida enfadándose por el trabajo de la casa? ¿Cómo era eso posible? […] Y, sin embargo, la pila de platos sucios, la pelea en torno a quién le toca hacer la compra. ¿En qué momento la prudencia se vuelve más importante que todo lo demás, la hipoteca que todo lo demás, la compra en el supermercado que todo lo demás? ¿Dónde está aquel sueño imposible, tan enloquecido: a qué montaña de escombros hay que ir a buscar?»
El detalle achica la perspectiva. Enfocar en un punto es desenfocar el resto de la imagen. Importancia a lo importante. Hay que seguir buscando en la montaña de escombros. Se puede envejecer sin perder nunca la alegría, he conocido a personas así, lo juro, las he visto; suelen contar chistes malos y te hacen reír todo el tiempo.
Quiero creer a Manuel Vicent: «Atiende, pequeño saltamontes, a lo que pasa en la mesa. Si lo más dulce se guarda para el final, también puede suceder lo mismo en el postre de la vida».
Supongo que al final crecer también es algo que necesitamos. Rumiar siempre lo mismo es como pensar en nada. Será precisamente este crecer el que nos ayude a encarar la muerte algún día. Cuando alguien me habla sobre el miedo a la muerte le digo que yo también, pero que pienso que en parte la vida consiste en aprender a morir, y que estoy segura (no lo estoy) de que cuando tengamos 90 años estaremos preparados para irnos. Entonces todo estará dicho, todo hecho, todo escrito. Tiene razón Jaime Gil: «Que la vida iba en serio uno lo empieza a comprender más tarde». Por eso ahora es el momento de hablar y hacer —me digo— de ir tachando tareas pendientes (hay tareas más allá de las del mundo laboral), de ir dando forma al futuro aun sin saber muy bien cómo porque el camino se hace andando y total, quizá no lleguemos nunca tan lejos y la vida se nos arrebate de un plomazo en cualquier momento. Así lo dice Maggie O'Farrell: «Todo lo que se te da te puede ser arrebatado en cualquier momento: la cuestión es no bajar nunca la guardia. No creer nunca que se está a salvo».
Vuelvo a Leila: «Cada vez que veo en los rostros la cautela, la resignación, el miedo, me digo: cuidado. Me observo la sangre y los tendones. Me entreno para estar alerta. Dicen: «A todos les ocurre: el tiempo avanza». Me llamarán loca. Siempre buscaré, bajo los adoquines, la arena de la playa».
Dentro de dos meses cumpliré 30 años y quiero pensar que voy a poder seguir sintiendo ilusión por todo aquello que no tiene mucho sentido y que requiere de cierta intensidad porque hay que asumir que uno se pasa equivocándose toda la vida y que la perfección es ficción. El miedo a la ilusión es el miedo a la vida. Supongo que todos tenemos dentro un viejo cansado y un poco decepcionado de sí mismo que intenta hacerse oír, pero ni agua a todo aquello que tenga que ver con el cinismo, la desesperanza y la vida gris porque la peor vejez es la que empieza dentro y contra esta hay que luchar, cada día.
Alegría, ganas de ir a buscar la arena de la playa y humor, mucho humor. No queda otra.
A veces el tiempo pasa, y hace fuertes los vínculos, madura, da perspectiva, sana y renueva. Nos atraviesa porque no somos una cosa muerta, por suerte y menos mal.
Una reflexión preciosa y muy profunda, Claudia.
Me quedo con la frase de O'Farrell: «Todo lo que se te da te puede ser arrebatado en cualquier momento». Lo suscribo palabra por palabra, porque fue la historia de mis 34 a 43 años, por desgracia. Mi problema es que no estaba preparado para asumirlo. Porque nadie me había avisado de eso podía suceder, de que la vida a veces es cruel. Yo siempre he sido y soy una persona alegre y risueña. Pero en aquellos años la vida me dio un toque de atención. Es importante estar preparados, y como dice Maggie, «no creer nunca que se está a salvo».
Yo te confirmo que se pueden ir cumpliendo años sin perder nunca la alegría. Sabiendo, reconociendo, y teniendo muy presente que la vida te va siempre a compensar las perspectivas de futuro que puedas tener en tu cabeza. Al fin y al cabo, la vida es sabia. Tampoco tendría sentido vivir una vida en la alegría continua. Eso es una quimera. La vida te dará palos. Lo que tenemos que hacer nosotros es aprender a levantarnos y a no agriar el carácter. Hay que adaptarse a los cambios y saber que vendrán, porque vendrán y muchos. Y no siempre serán buenos. Pero eso uno lo aprende sólo con el paso del tiempo.
Gracias por estar. ❤️
Me ha encantado, Claudia. Para mí, hacerme adulta, consiste en permitirme ser niña de nuevo. Te abrazo.