Hay días en los que a uno le pasan tantas cosas que siente que no las puede contener por mucho que empuje.
Otros, sin embargo, el tiempo se aplana, como si el mundo hubiese decidido recogerse.
Se tiene entonces esa sensación extraña de estar viviendo como en tiempo prestado; en un paréntesis en el que lo de antes ya no existe y lo de ahora parece un lugar intermedio en el que no se sabe muy bien cómo actuar.
Yo esos días me pregunto qué busco, por qué soy así, mientras siento que me arrastro por el mundo con el peso de lo que no me pasa. Entonces me suele asaltar una certeza: «hay algo que tengo que hacer por mí; debería empezar por algo, cualquier cosa; dejar de abrirme la herida para que la sangre me caliente las manos, por ejemplo».
Y recuerdo entonces, ese poema del chileno Claudio Bertoni cuando dice: «Piensas que despertar te va a aliviar / y no te alivia / piensas que dormir te va a aliviar / y no te alivia / piensas que el desayuno te va a aliviar / y no te alivia / piensas que el pensamiento te va a aliviar / y no te alivia / piensas que hacer un trámite / viajar a Concón te va a aliviar / y no te alivia / piensas que el sol te va a aliviar / y no te alivia / piensas que conversar / oír las noticias / ver el tenis / oír a tu padre viendo el fútbol te va a aliviar / y no te alivia / piensas que el tiempo te va a aliviar / y no te alivia».
Y pienso en eso que dicen de que el tiempo lo arregla todo. Y en que la cuestión entonces es: cuánto tiempo
Miro el móvil. Eso que hacemos los humanos cada dos, tres, cuatro minutos. La gente mira las pantallas como si ahí estuviese la salida. Escucho a Víctor Amat cuando dice: «un tejido dañado es un tejido dañado». Es que es verdad.
Y entiendo cosas: uno quiere curarse todas las heridas, volver a ser quien era antes de haber vivido. Uno quiere permanecer –como Carlos Dufoo– «con la potencia intacta y estéril». Uno quiere sentirse como Silvia Plath cuando dice: «De nuevo soy yo misma. / Ya no hay cabos sueltos. / Estoy blanca como la cera. / Ya nada me ata. / Vuelvo a ser plana, como si nada hubiese ocurrido. / Nada que no pueda ser borrado, rasgado y hecho trizas, recomenzado. / La mujer con quien me topo está intacta: limpia». No se puede.
Nos gusta pensar que somos siempre un punto de partida; es mentira. Nos gusta pensar que las soluciones empaquetadas que nos venden hoy en día con los pasos a seguir cuidadosamente estipulados para sanar cumplirán con su cometido. Es mentira.
Estas teorías parten de una premisa equivocada. Lo cierto es que el mundo no siempre pareciera responder a este tipo de patrones que ellas usan como guion.
Los humanos no hemos sido hechos en serie y la educación no siempre es capaz de moldear todo lo que sentimos.
A veces pasa, que uno sabe cosas importantes sobre lo que se debe hacer con una certeza exacta, pero aun así no lo aplica porque no puede, o no sabe, o porque en el fondo de su yo más profundo no quiere. A veces es como si una parte de ti quisiera una cosa y otra se dedicase a destrozar todo el orden que la otra quiere conseguir.
Yo, la verdad, que a menudo intuyo que soy un poco inútil en este juego del auge de la actuación racional porque incluso en mi versión más fría siempre hay algo que cede, y cuando creo que he aprendido la lección me doy cuenta de que sigo dando vueltas al mismo sitio, como si la vida fuera un círculo.
Hace tiempo que pienso que nada es tan sencillo, sobre todo cuando tiene que ver con el dolor. Las heridas emocionales, esas grietas que atraviesan la fachada cuidadosamente construida de lo que somos son inevitables. Van pegadas a la vida. Y cuando te pasan no se van. Tiene razón Víctor: «Una herida la puedes limpiar, pero no curar. Puedes limpiar eso que duele, hacerlo brillar, pero no vas a acabar con esa desolladura». Ya no es algo que puedas elegir. Es simplemente algo con lo que tienes que contar de ahora en adelante.
Sea como sea, nuestras grietas no son solo lo que nos rompe, sino también lo que nos moldea. Diría que al final hasta se puede ver belleza en esas heridas. Cuentan algo de ti, no te las puedes arrancar sin perder el hilo de la historia. Piedad Bonet lo expresa así:
No hay cicatriz, por brutal que parezca, / que no encierre belleza. / Una historia puntual se cuenta en ella, / algún dolor. Pero también su fin. / Las cicatrices, pues, son las costuras / de la memoria, / un remate imperfecto que nos sana / dañándonos. / La forma / que el tiempo encuentra / de que nunca olvidemos las heridas.
Creo que el error de todos esos discursos de superación que encontramos hoy en día es que afirman que todo lo que duele debe ser sanado, cuando muchas veces en realidad no queda otra que aprender a vivir con ese dolor, con la incomodidad, con esa herida que no cierra.
Pero consuélate:
Nadie vive sin cicatrices. Todos los que somos adultos estamos un poco rotos porque subir de nivel dificulta las cosas. Lo que queda después del golpe es diferente: no mejor, no peor. Solo distinto. Y algunas cosas siguen sirviendo aunque no estén intactas.
A veces los humanos sangramos; otras, no lo hacemos. La vida es a ratos. Dependiendo del día uno lo gestiona mejor o peor.
Sea como sea, se sigue. Se aguanta. Se celebra, mientras tanto, el único triunfo posible: estar aquí, todavía.
Poder volver a ser herido, que es también poder volver a ser amado.
Claudia:
Te leo y siento como si tus palabras fueran el eco de pensamientos que muchas veces no sé cómo articular. Eso de vivir entre días que desbordan y días que se sienten como una pausa obligada, un tiempo suspendido donde no sabemos ni qué hacer con nosotros mismos… qué certera eres al describirlo.
Esa idea de que el tiempo lo arregla todo siempre me ha parecido peligrosa. No porque sea mentira del todo, sino porque es incompleta. El tiempo no cura por sí solo, solo nos enseña a caminar cojeando. Es cierto lo que dices: no todo lo que duele debe ser sanado, y a veces lo más importante no es curar, sino aprender a convivir con el dolor, a seguir funcionando a pesar de él.
Y qué cierto eso de que la adultez nos rompe un poco a todos. Pero también creo que, como bien dices, algo puede seguir funcionando incluso cuando ya no está intacto. A veces pienso que las cicatrices no son solo heridas cerradas, sino relatos que hemos escrito con el dolor, recordatorios de que seguimos aquí.
Gracias por escribir algo tan honesto y que, de alguna manera, nos conecta con lo que somos todos: un poco rotos, un poco humanos.
Un abrazo.
¡Qué maravilla de texto!
Me siento justo así cuando veo todos esos artículos, libros y textos dedicados a que seamos menos humanas, a qué sintamos menos, a qué borremos parte de nosotras para abrazar una forma de vida que a mí se me antoja muchas cosas, pero no humana.
A veces se puede, otras no. No todo el mundo puede, y está bien.
Si la vida fuese un manual de instrucciones quizás sería más sencilla, más predecible, más segura. Pero no sería vida.
La vida deja arrugas, heridas y flores marchitas, sin ellas no seríamos nosotras mismas.
¿Qué identidad puede tener una si se dedica a borrar todo lo que no le gusta?
Gracias por el texto y las citas y poemas.
Un abrazo y feliz domingo, Claudia.